Lo que no sabías de la Casa de Aramberri

01/09/2020
Publicado por: David Alfonso Estrada

Alrededor del mundo hay casas que se han vuelto atractivos turísticos. La mansión donde vivió y murió la leyenda del rock Elvis Presley, la casa donde se refugió Ana Frank durante la Segunda Guerra Mundial, la residencia de la familia Capuleto donde cuentan que vivió la famosa Julieta de la obra de Shakespeare, o la casa Hagenauer en Austria donde nació Mozart e hizo sus primeras composiciones.

En México tenemos nuestros propios hogares célebres. La Casa Azul donde vivió Frida Kahlo, la Casa de los hermanos Serdán (hoy Museo de la Revolución), la Casa Blanca de la Gaviota, la Cabaña del Tío Chueco, la Casa Cañitas o la Hacienda de Emilio “el Indio” Fernández que ha servido de locación para el rodaje de muchas películas como Frida, Santa Sangre y Hombre en llamas.

Antes de que se hablara de La Casa de Papel –que en realidad no es una casa sino la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en Madrid–, en el cine y las series hubo otras residencias que hoy en día son visitadas por fans y curiosos para tomarse fotos en sus fachadas. La de Walter White en Nuevo México, la de la familia McCallister de Home Alone (traducción inglés-español. Home: Pobre. Alone: Angelito) con sede en Illinois, la casa de Tony Soprano en New Jersey, o el domicilio ubicado en Berkshire, Londres, donde Harry Potter vivió con sus tíos –los Dursley– y el primo muggle que le pateaba las bolas todo el tiempo. 

En Monterrey, previo a la Casita de Las Muñequitas o la Casa de Óscar Burgos, existieron otras dos que se volvieron célebres pero a costa de la desgracia: La Casa de los Tubos y la Casa de Aramberri, esta última la más impactante.



Por si no sabes lo qué pasó aquel fatídico 5 de Abril de 1933, esta es la historia:

La Cervecería Cuauhtémoc y la Fundidora de Fierro y Acero eran los epicentros de la industria trabajadora en la década de los treinta en Monterrey. Con apenas 120 mil habitantes –contra los casi 6 millones que somos ahora–, en la ciudad reinaba la calma. Las familias pasaban las tardes calurosas en mecedoras sobre las banquetas para agarrar aire fresco. La UANL recién abría sus puertas y el béisbol era el rey de los deportes.

Hay dos versiones: 1) Don Delfino Montemayor regresó a su casa después de su jornada laboral en Fundidora, y 2) Don Delfino Montemayor regresó a su casa luego de un viaje de negocios de dos días que hizo fuera de Monterrey. Sin embargo no importa de dónde vino ni cuánto tardó. El hecho es que Don Delfino no estaba en su casa y luego de un largo rato volvió.

Al entrar a su casa, sin dar crédito a sus ojos, Don Delfino casi enloquece al encontrar los cadáveres de su esposa Doña Antonia Lozano (de 54 años) y el de su hija Florinda (quien unos dicen que tenía 19 y otros que 21 años de edad).

El escritor regiomontano Hugo Valdés, autor del libro El crimen de la calle Aramberri, narra que, tras ver los rostros desfigurados y los cuerpos mutilados de ambas mujeres, los detectives del caso concluyeron que el o los asesinos debían ser o médicos o carniceros.

Las heridas fueron hechas por alguien que sabía usar los cuchillos con seres vivos

DIJERON LOS DETECTIVES.

Valdés cuenta que, según el reporte oficial del crimen, Doña Antonia y la joven Florinda fueron violadas, y que varios de los elementos de la policía pidieron no ser parte de la investigación porque no soportaban ver que la cabeza de Florida estuviese casi desprendida de su cuerpo, lo que hizo de la casa un lago de sangre.

La puerta principal de la casa no estaba forzada, lo que indicó que el o los asesinos entraron con el consentimiento de las víctimas y que bien podían ser amigos o familiares, como ocurre en la mayoría de los homicidios.

Adentro de la casa faltaban muchos objetos valiosos, el más importante, una caja en la que Don Delfino guardaba monedas de oro, lo que llevó a los detectives a sospechar que el móvil de los asesinatos había sido el robo.

Pero la pista más grande vino de parte de la mascota de Doña Antonia, un loro que no dejaba de gritar con su voz aguda:

¡NO ME MATES, GABRIEL! ¡NO ME MATES, GABRIEL!

(o en otras versiones)

¡DILES QUE NO ME MATEN, GABRIEL! ¡DILES QUE NO ME MATEN, GABRIEL!

De igual modo en las dos versiones, el loro repetía y repetía el mismo nombre: Gabriel.



La policía no tardó en asociar al crimen a Gabriel Villarreal, quien era famoso en el barrio y trabajaba en una carnicería cercana a la casa.

Cuando las autoridades fueron a detenerlo, Gabriel confesó que cometió los asesinatos junto con otros tres culeros, dos de ellos, SOBRINOS de Doña Antonia. Dijo que lo único que querían era el dinero pero que de repente las cosas se salieron de control y tuvieron que matar a las mujeres para que no los acusaran con la policía.

En ese tiempo existía en México La Ley Fuga que permitía al pueblo –cuando estaba realmente emputado con algún criminal– aplicar la pena de muerte. Y bajo esta ley estos asesinos fueron ejecutados, no obstante, para que todo Monterrey fuese testigo de que en verdad se había “hecho justicia” exhibieron públicamente sus cuerpos.

A partir del doble homicidio en la casa de la calle Aramberri 1026, casi esquina con Diego de Montemayor (el primer feminicida de Nuevo León), no falta quien al pasar por afuera diga que escucha ruidos y gritos de dolor en su interior, y que si son fantasmas en pena, banda fumando mugrero o simples curiosos, igual les pone la piel chinita, más si conocen cómo ocurrió la masacre aquel 5 de Abril de 1933.


NOTA: Algunos dicen que el loro nunca existió, sin embargo, a mí me gusta pensar que sí, y que no solo Scooby-Doo puede resolver misterios.

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