LEYENDAS DE MÉXICO (PARTE I)

25/08/2020
Publicado por: David Alfonso Estrada

LA BRUJA MALVADA DE TEPEYANCO

Cada que escuchan la historia de la Bruja Malvada de Tepeyanco –un municipio al sur de Tlaxcala donde la mayor parte del tiempo está lloviendo– los habitantes del pueblo tiemblan, se persignan y lanzan una plegaria de protección.

Juana Casas se ganó la reputación de bruja a finales de los años setentas cuando su esposo murió al caer misteriosamente por un acantilado. Los lugareños creían que ella lo había hechizado porque estaba harta de él. También creían que ella lanzaba hechizos a todos los que no le agradaban. Dicen que tenía los ojos grises y penetrantes. Y aunque ella negaba ser bruja, todos a sus espaldas la llamaban así.

Justo antes de morir, Juana Casas a sus 77 años, pidió que su ataúd fuera llevado a pie al cementerio y no en carreta. Después de su muerte, los habitantes de Tepeyanco ignoraron su petición y subieron su ataúd en una carreta para llevárselo al cementerio. Pero durante el trayecto el ataúd se caía constantemente por lo que se vieron obligados a cargarlo. Entonces la gente del pueblo notó que la casa de Juana estaba envuelta en llamas, por lo que concluyeron que la señora recién fallecida era, en efecto, una bruja.

A principios de los noventas –no solo en Tepeyanco sino en todo Tlaxcala– muchos bebés murieron en sus cunas durante la madrugada. En todos los cadáveres había en sus espaldas y pechos unas marcas que, según los pobladores, se debían a la Bruja Malvada de Tepeyanco, quien por la noche viajaba convirtiéndose en una bola de fuego que se podía ver en el cielo y que hacía que los adultos se sintieran somnolientos hasta caer dormidos; oportunidad que la bruja aprovechaba para succionar la sangre de los bebés hasta matarlos.

Para romper el maleficio y detener estas muertes, los lugareños utilizaron métodos como poner espejos en las paredes, colocar tijeras abiertas debajo de las almohadas de los bebés, vasos con agua debajo de las cunas y amarrar listones en las manitas de los pequeños.

Poco a poco estos acontecimientos dejaron de ocurrir, sin embargo aún se escuchan relatos en los que una bola de fuego recorre el cielo en busca de bebés para alimentarse.

EL BEBÉ DIABÓLICO DE LEÓN, GUANAJUATO

Dos hermanos parranderos que acostumbraban salir de fiesta cada fin de semana y no regresar hasta en dos o tres días a su casa, eran los hijos más chicos de una doñita viuda y los que más la mortificaban. La señora por más que les decía que le pararan a su pedo ellos le replicaban que los dejara divertirse.

Una madrugada de luna llena, los dos hermanos, ebrios como de costumbre, venían de una party de rancho cuando entrando a San Juan de Otates (donde vivían) el auto les empezó a fallar y se detuvieron en la carretera a revisar cuál era el problema. Abajo del auto, con sus cabezas debajo del cofre, escucharon el llanto de un bebé.

–¿Escuchas eso? –le preguntó un hermano al otro.

–Se oye como un bebé.

–Vamos a ver.

Iluminados por la luna, los hermanos se adentraron en los campos de trigo para descubrir el origen del llanto. El sonido fue en aumento hasta que vieron tirado a un bebé en pañales en medio de la espesura. Se preguntaron qué madre desnaturalizada había abandonado a su hijo. Uno de los dos hermanos levantó al bebé y lo tapó con su chamarra porque hacía frío. Caminando de vuelta al auto, decididos a llamarle a la policía, observaron mejor al bebé y notaron que era hermoso.

–¡Mira sus ojos, qué bonitos! –dijo el que sostenía al bebé.

–¡Que bonito su cabello! –dijo el otro.

–¡Y su risa!

–¡Miren también qué bonitos mis cuernos! –vociferó el bebé.

Ambos hermanos observaron cómo al bebé le brotaron dos cuernos de su frente y cómo se le deformó el rostro hasta quedar horrible como pintan a los demonios. Del susto el que lo traía entre brazos lo soltó y los dos corrieron en chinga hacia su casa. Cuentan que se fueron rezando sin dejar de imprimirle velocidad a sus pasos.

Cuando llegaron a su casa ya no estaban borrachos. Su madre los escuchó llegar y fue a ver a por qué traían tanto alboroto. Los vio pálidos y agitados. Cuando los hermanos recobraron la respiración le contaron a su madre lo ocurrido.

–Ya ven, cabrones –les dijo la señora–. El diablo anda en esos ambientes.

Dicen que los dos hermanos tuvieron que ser curados de espanto y que dejaron de tomar y se volvieron miembros de Alcohólicos Anónimos.

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