En este nuevo orden pandémico, conducido por los Social Media y globalizado por las transnacionales al estilo probado de Coca-Cola y McDonalds, donde todas las ciudades del planeta son casi la misma y los estereotipos se funden en uno, el gobernador de Beirut, Marwan Abboud, un señor de cincuenta años que –en su traje y camisa azul sin corbata– encaja perfecto en el molde del mandatario político de cualquier localidad, camina ante las cámaras de Sky News Arabia entre las ruinas de la explosión que devastó ayer la capital de Líbano.
En un idioma del que no distingo ni una palabra, la reportera le pregunta al gobernador sus impresiones de la tragedia mientras que en la pantalla del canal de noticias y en los comentarios de Twitter, un alfabeto árabe me recuerda –en mi bagaje cultural sustentado por el cine hollywoodense– al lenguaje de los elfos de El Señor de los Anillos.
Sin embargo mi incomprensión no es total, conecto con las expresiones humanas de ese señor que tiene los ojos vidriosos y al hablar se le quiebra la voz. De pronto su rostro se desbarata como el de cualquiera de nosotros en un momento de impotencia y, cuando parece que las lágrimas van a saltar de sus ojos, contiene el llanto y termina la entrevista.
Según las agencias informativas, lo que expresó el gobernador fue que no sabía cómo se iban a recuperar de lo sucedido; que nunca en su vida había visto un desastre de tales dimensiones –y hay que tomar en cuenta que su país, frontera con Israel y Siria, ha sido zona de constantes confrontaciones bélicas y de grupos paramilitares como Hezbolá–; y comparó la catástrofe con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Aunque solo representa un 10% de la magnitud de las bombas atómicas mencionadas, lo que es incuestionable por los expertos es que esta es la explosión no-nuclear más grande en la historia. Para poner un ejemplo regio como “el ombligo del mundo que somos”, imaginen que el accidente ocurre en la MacroPlaza: la onda de choque supersónica que viaja a través del aire alcanza a dañar (y no es broma) hasta el Estadio Universitario, Chipinque e incluso el BBVA de Rayados. La explosión en Beirut fue equivalente a un terremoto de magnitud 3,3 y las víctimas y las pérdidas materiales siguen estimándose. Hasta el momento ascienden a 135 muertos, por lo menos cinco mil heridos y sepa cuántos miles sin hogar.
El primer ministro de Líbano, Hassan Diab, dijo que el origen de la explosión continúa investigándose y que tiene como foco principal una nave industrial en el puerto de Beirut donde estaban almacenadas 2,750 toneladas de nitrato de amonio, químico que es usado en la agricultura como fuente de fertilizantes y en la minería para fabricar explosivos.
Este material es un sólido cristalino –en inglés conocido como prill–, una pastilla seca en forma de esfera que en años pasados ya ha sido causa de explosiones mortíferas alrededor del mundo, unas por accidente, y otras por ataques de grupos terroristas o uno que otro loco. El más recordado es el coche bomba que en 1994 en Buenos Aires dejó 85 muertos y más de 300 heridos al explotar en el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina); hecho que el gobierno argentino le atribuyó a miembros de Hezbolá, pero estos negaron ser los autores.
En lo que se aclarece el origen y los responsables de la explosión, además de repetir “Oh my God!” como todos lo que captaron con sus cámaras la enorme nube expansiva en forma de hongo, esperamos a que sople el viento en Beirut y el riesgo a la salud de los habitantes disminuya, porque el químico en el aire producto del estallido puede agravar más la situación en los hospitales. Desde ayer la Cruz Roja desplegó sus tropas por la ciudad y no tiene para cuando irse.
Me gusta la forma en como tocan el tema.
Muy descriptivo el artículo!!’
No sabía lo de Argentina ! Ni la magnitud del 10% de equivalencia a una nuclear !
Una tragedia enorme explicada de una forma muy natural
Muy buenas referencias en la nota. Ayudan al lector para sentir el alcance del suceso.