Para que México sea un país seguro para las mujeres, sería necesario que regresara al pasado. Aquel tiempo del México prehispánico en el que se comían como castigo a los violadores. Donde de plano la mujer víctima del agresor sexual actuaba como una mantis o viuda negra.
Para conocer la incidencia del fenómeno de la violencia contra las mujeres en México, autoridades revelan una estimación confiable de la ocurrencia de los eventos cuando no se cuenta con un registro puntual de ellos.
Estadísticas violencia sexual México
El INEGI y la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) expresan que los casos de violencia sexual continúan al alza.
En México el 43.2 por ciento de las mujeres de 15 años y más sufrió algún incidente de violencia por parte de su pareja (esposo o pareja, exesposo o expareja, o novio) durante su última relación.
El porcentaje fluctúa entre 54.1 por ciento en el Estado de México y 33.7 por ciento en Coahuila de Zaragoza.
De estas mujeres:
- 37.5 por ciento declaró haber recibido agresiones emocionales que afectaron su salud mental y psicológica.
- 23.4 por ciento recibió algún tipo de agresión para controlar sus ingresos y el flujo de los recursos monetarios del hogar, así como cuestionamientos con respecto a la forma en que gastaba dicho ingreso.
- Dos de cada diez mujeres dijeron haber sufrido algún tipo de violencia física que les provocaron daños permanentes o temporales.
Los contrastes por entidad federativa son notables: En Tabasco 25.7 por ciento de las mujeres vivió este tipo de violencia, y en Tamaulipas alcanzó 13 por ciento.
Las mujeres víctimas de violencia sexual cometida por sus propias parejas representan 9 por ciento.
Denuncia de la violencia: Del total de mujeres que han sufrido violencia física y/o violencia sexual por parte de su pareja o de su ex pareja (23.2% entre las casadas o unidas; y de 42.4% de las alguna vez unidas), sólo el 17.8% de las casadas y 37.4% de las separadas denunciaron la agresión.
¿Por qué las mujeres casadas no denuncian la violencia?
Entre los principales motivos por los que las mujeres casadas no denuncian la violencia contra ellas por parte de su pareja se encuentra la creencia de que se trató de algo sin importancia (38.5%), por sus hijos (23.3%), por vergüenza (18.6%), por miedo (17.3%), porque no sabían que podía denunciar (10.5%) y porque no confían en las autoridades (8.4%).
Los motivos por los que no denunciaron los actos de violencia física o sexual por parte de su expareja cuando estaban con ellos las ahora separadas son un poco similares, aunque en porcentajes mayores: por miedo (31.9%), por sus hijos (29.6%), por vergüenza (26.1%), porque creyeron que se trató de algo sin importancia (17.5%), por desconfianza en las autoridades (13.4%), porque no sabían que podía denunciar la agresión (15%), porque su exesposo o expareja las amenazaron (8.8%).
Deberíamos de comernos a los violadores
De seguir esta tendencia deberíamos vivir como en el pasado. En el México antiguo se comían a los agresores sexuales lo que originó el nacimiento del platillo veracruzano Zacahuil.
Zacahuil: Comida típica de Veracruz y un platillo hecho del castigo a violadores
Y es que el abuso sexual contra las mujeres fue castigado en tiempos prehispánicos comiéndose al violador; naciendo así el zacahuil.
En la época prehispánica, por el año de 1468 había un hombre de edad avanzada que era enviado por Moctezuma a recaudar el tributo entre los pueblos subyugados, pero aprovechando su poder mancilló a jóvenes vírgenes.
La impunidad que rodea al violador terminó cuando los mexicas fueron derrotados por los tarascos y al enterarse el pueblo huasteco hacen prisionero al mayordomo de Tenochtitlan para ejecutar su venganza.
Los huastecos, llenos de odio por el agravio a sus mujeres y buscando lavar la ofensa, deciden matarlo y desollarlo para finalmente usar su carne en un enorme tamal ceremonial que fue comido por las víctimas.
Las víctimas devoraban agresor sexual
Se estima que para este proceso envolvieron el cuerpo con masa martajada y enchilada, la cual molieron en metate, cubriéndolo después con hojas de la planta de plátano y papatla, después lo metieron en un hoyo enorme en la tierra donde lo llenaron de piedras y lo cubrieron con brasas, cuenta el cronista de Pánuco Veracruz, Luis Enrique Pérez.
Así es que cuando calcularon que el tamal estaba bien cocido lo sacaron y repartieron porciones entre las mujeres que habían sido ultrajadas por el recaudador, quienes gritaban jubilosas “tlanque cualantli”, que significa en huasteco “se acabó el problema”.
Sacrificio con canibalismo
El sacrificio se repetiría con sus prisioneros de guerra, convirtiéndose en una tradición de los huastecos hasta la llegada de los frailes españoles que, horrorizados por este acto de canibalismo, pidieron a los pobladores cambiar la carne humana por la de animales.
Por lo que el platillo se empezó a elaborar entonces con cerdo, res, pollo y hasta con guajolote, y le fueron agregando una serie de condimentos que combinados convirtieron al zacahuil en una comida irresistible al paladar. La leyenda nació en torno a ese tamal rodeado de misticismo que se volvió indispensable entre las familias huastecas. Lo mismo estaba presente en momentos de alegría que en desgracias. No había festejo sin él como tampoco en la despedida de un ser querido.
Dicho esto a la fecha, se sirve en bautizos, primeras comuniones, quinceañeras, bodas, cumpleaños, velorios y novenarios, pero tampoco puede faltar en celebraciones de tradición como las fiestas patronales, día de la madre y se ha colado incluso en eventos políticos. Un platillo con sangre huasteca… Al paso del tiempo, los condimentos se hicieron indispensables en la preparación del zacahuil, cuya presencia cubrió las huastecas veracruzana, hidalguense, potosina y sedujo también a la tamaulipeca, comenta el cronista tampiqueño, Josué Iván Picazo.